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"En el arte marcial como en la vida diaria. En la vida diaria como en un arte marcial."

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2011-02-08

NO CREO EN LA JUSTICIA INMANENTE

Cuando era adolescente tenia una sensación de predestinación. Creía sentir, o ciertamente sentía dentro de mí la extraña pulsión de pensar que estaba llamado a grandes cosas. Pensaba que en la vida, en algún momento tendría una oportunidad que me serviría para demostrar lo que valía. Miraba (miro) a mi alrededor y no veo más que arribismo e incompetencia. Gente que da cursos de formación sin tener ni idea de lo que está impartiendo, músicos que van de creadores cuando no saben juntar más de dos notas seguidas, escritores que van de orfebres de la palabra cuando malamente saben hablar, médicos que ejercen sin siquiera haber estudiado medicina. Profesionales que se venden como lo mejor que le ha pasado a su gremio desde la invención del calimocho y que no saben que el botón con una impresora dibujada sirve para imprimir.

Con estas realidades me desayunaba (me desayuno) cada día. Y sin embargo seguía teniendo esa sensación que nacía de las tripas y venia a ser una especie de creencia en una predestinación casi calvinista, en una oportunidad que nunca llegaba. Y cuando esa oportunidad nunca llegó me salvó del hundimiento el hecho de que nunca creí en la justicia inmanente.

Esta insidiosa creencia en que si eres bueno en lo que haces, si escoges el camino justo, esa bondad, esa rectitud, las buenas vibraciones, a modo de boomerang, vuelven a tí. Especialmente querido es este concepto para el Budismo, una de las muchas cosas que no comparto de esta orden monacal asiática, salvo la calvicie, original o fingida, tanto da. En los manuales de psicología lo ví bien claro, y creo que fué mi admirado Beck quien elaboró una lista de las 10 ideas que te llevan de cabeza a la depresión. Una de ellas, si no la más importante, era la idea de la justicia inmanente. La creencia en que existe una justicia divina, una especie de ley del karma aplicable en el lapso de una vida que sostiene que si haces las cosas de manera correcta tendrás recompensa.

Demasiado realista, o pesimista para creermelo, tuve sensación de que iba a ser alguien, algún día, más pronto que tarde, pero nunca dejé de ser consciente de que los malvados de esta tierra se salen con la suya con demasiada asiduidad. Como dice el incongruente (me niego a llamarlo sabio) refranero español:

Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.

Vamos, que tuve claro que tanto daba que hiciera las cosas bien o mal, que no iba a obtener mejores resultados por una cosa que por otra. Así, que como todo al final en la vida se trata de elecciones, elegí hacer las cosas bien. No por el resultado, sino porque básicamente me hacía sentir mejor. Estar educado en la estricta moral judeocristiana es lo que tiene, que le deja a uno secuelas de por vida. Media infancia y adolescencia para grabarlas a fuego en tu psique, y la vida restante para deshacerte de la pesada carga. Y al final, te mueres. Así que no tuve nunca duda. La justicia inmanente no era lo mío. Nunca me puse a gimotear por las esquinas preguntando "¿porqué a mí?" o "¿porqué yo no?".

En mi calle había un chico que me tenía en el disparadero durante una época. No importa cómo intentara ocultarme para entrar en mi casa, que siempre que me veía se quedaba a gusto a base de insultos y agresiones, sobre todo verbales, intentando provocar una pelea. Nunca me peleo. Y sinceramente pienso que de ahí viene mi afición a las artes marciales. si uno ha de pelearse, mejor que sea en un entorno controlado.Pero recuerdo que en una ocasión llegó a provocarme con las manos. Ignoro lo que le impulsaba a semejante conducta, pero para mí era como el mosquito que trata de picar al elefante. Una simple molestia que algún día terminaría.

Y terminó.

Luego quiso la casualidad que una de mis novias, ayudándome a decorar mi casa, me ofreció la posibilidad de encargar las cortinas de la vivienda en la tienda de unos amigos de sus padres, que a la sazón se dedicaban a ello. El chico que vino a tomar medidas era el mismo que me acosaba de pequeño. Sus padres eran los dueños de la tienda. Ignoro si me reconoció. Allí estaba yo, por entonces director de informática de una de las principales empresas del sector, viendo a un chaval que por lo que me contó mi novia de entonces, no llevaba una vida demasiado placentera. Problemas conyugales varios, incluso judiciales, con cuernos de por medio, incluyendo robos de muebles en su propia casa por mano de su propia mujer, amenazas de embargo, sin estudios ni habilidad conocida. No le quedó más remedio que trabajar en la tienda de sus padres.

No. No creo en la justicia inmanente, pero juro que en aquel momento sentí algo que se le aproximaba.

Me permití el lujo de rechazar el presupuesto, aunque eso me costó una bronca con la que entonces era mi novia, pero eso es una historia para otro día.

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